Un domingo libre en Nueva York no recuerdo haberlo tenido jamás, así que cuando P. me preguntó qué quería hacer, dando por hecho que ni L. ni G. se iban a apuntar me salió sin pensar:-oír gospel en Harlem.
Y me contestó:-vale pues tú te encargas.
Ni que decir tiene que pese a la emoción, yo tenía tremendo trancazo y oídos tapados, me costó.
Meter en el navegador Gospel en Harlem y marearme fue todo uno.
La
border line señorita de la recepción del hotel más informatizado en el que jamás he estado,haces el "check-in "y el "check-out" en un ordenador y todo en la habitación (luces,persianas, aire) funciona con un iPad, no supo ayudarme.Da que pensar...pues cualquier conserje de un tres estrellas sabe mirar en su ordenador todo lo turístico en varios kilómetros a la redonda.
En fin, que al final me decidí por uno que el horario cuadraba, ya que las misas evangélicas donde se canta suelen durar entre dos y tres horas y ya eran las nueve dadas.Y ponía que los turistas eran bienvenidos sin ser de las que entran dentro de los "tours"e incluso pagan por asistir.
Llegamos con casi cuarenta minutos de tiempo antes de que empezara el servicio y creo que por eso nos sentaron en la planta de abajo pese a los reproches de una local que más tarde aprecié no estaba en sus cabales.Los turistas que fueron llegando más tarde les llevaban a una planta superior.
Es una pena que no dejaran hacer fotos pero totalmente comprensible, no hubiera dado abasto y no hubiera disfrutado ni la mitad.
Creo que ni en mil años sería capaz de hacer una descripción exacta de lo que allí viví.
Para empezar nos recibió una mujer que parecía vestida cual enfermera años cincuenta con unos ojos claros detrás de una montura de gafas bastante "kitsch" y había dos guarda espaldas vestidos con traje de corte relativamente clásico pero claramente heredado.
El servicio empezó felicitando a los chicos de la parroquia que se habían graduado, la mayoría representados por sus abuelas.
Hasta no bien mediada la mañana no empezó a llegar personal joven.Yo diría que la primera hora hora eran solo mayores y niños.
Y con unas vestimentas que ni en la mejor de las películas se ve reflejada.Mujeres con turbantes africanos y trajes chaqueta dorados, vino, morados, comprados en una tienda de Harlem en los setenta por y para negros.Podría ser que quedara alguna tienda a día de hoy que siguiera vendiendo algo similar al igual que todavía quedan en España tiendas que venden batitas y trajes de madrina que parecen sacados de otra época pero al ser domingo yo no vi ninguna.Zapatos de plástico negro imitando a charol con guantes de rejilla blancos y sombreros hongos y de copa para imitar esos cardados africanos imposibles.
Había un hombre vestido entero de verde cotorra, incluido sombrero, foulard y zapatos al que todo el mundo saludaba y que luego vino a ser de los más tranquilos y aparentemente más centrado.
Se notaba el sistema médico norteamericano en la manera retorcida de andar de personas que apenas han visitado al médico pese a sufrir dolor y aparentan muchísima más edad de la que tienen.
Al son de la primera canción nos dimos cuenta que no íbamos a oír el mejor gospel de nuestra vida (esos coros donde se hicieron famosas Whitney Houston, su prima Dionne Warwick o su madrina Aretha Franklin)pero era suficientemente correcto para que aguantáramos sentados.
Pero lo mejor estaba por llegar.Intercalaban el sermón con canciones y referencias a todos los nacidos, muertos y premiados de la congregación en el último año, incluidas referencias al anterior pastor que estuvo no se cuantísimos años al frente hasta que murió de viejo.
Y entrando en la segunda hora y con solo un mareo por parte de una de las cantantes que yo creo que fue provocado por sus movimientos descontrolados unidos a su sobrepeso y el calor que allí hacía, y al cual solo hicieron caso sus compañeras más cercanas...empezó lo verdaderamente chocante.
El pastor más relevante empezó sus bendiciones después de que nos diéramos la paz.La muchedumbre se acercaba en fila, como en una misa católica a comulgar, y él les ponía la mano en la frente y aparentemente se desmayaban o entraban en trance moviendo todo su cuerpo, a excepción de los bebés que claramente no se sugestionaban.Y fue entonces cuando el ritmo de la música se aceleró y todo el mundo empezó a bailar como si no hubiera un mañana.Desde nuestro último banco no pudimos más que ponernos en pie y bailar lo más comedido posible para no estar quietos sin llamar la atención.
Pero allí todo el mundo entró como en una catarsis colectiva y era muy llamativo como sin haber bebido nada ni haberse drogado eran capaces de desahogarse de esa manera, echar fuera todas las miserias que probablemente tengan que sufrir durante la semana y cargarse de energía positiva dentro de esos trajes de falsa seda que de puro tiesos sonaban "fru-fru".
La mujer que nos había recibido al entrar estaba totalmente ida, yendo cual caballo desbocado corriendo todo el perímetro de aquella enorme sala.Los dos porteros como si estuvieran en una audición para el "Cotton club" y el resto por los pasillos o de pie delante de las bancadas bailando incluso con muletas.
La mayoría de los parroquianos jóvenes habían llegado en la última media hora, incluso vi un par de mujeres vestidas de manera actual que también se arrancaban a bailar y ahí ya me solté.
De jovencita nunca me hizo falta beber ni drogarme, a mi me producía euforia la música alta y las masas enfervorecidas de los conciertos y esto era lo más parecido que había visto en años.
Y aunque no me hubieran contagiado, solo observando el surrealismo que se vivía allí dentro, a la par que caía la primera tormenta de verano en Manhattan fuera, valió la pena.
Tres horas más tarde volvimos andando al hotel, cruzando todo Central Park, yo anonadada y P."flipao" con lo que había vivido y ambos conscientes de que no podríamos contarlo a G. y L. porque no lo entenderían.Ambos coincidíamos en que ellos a los cinco minutos hubieran huido despavoridos, carecen de ese mínimo interés hacia el otro y ya si pertenece a otro grupo social o cultural ni te cuento...
En fin, que lo recomiendo a todo aquel que vaya a estar un domingo en Manhattan y sea capaz de sentarse en una esquina cualquiera y ver al personal pasar ...sin más...imaginando vidas.